domingo, 18 de enero de 2009

La clase. Una película de Laurent Cantet

El sábado a la noche, en vez de ir al cine, me fui otra vez a la clase… No era el único profesor en la sala; claramente se notaba que casi un tercio de los espectadores pertenecían al gremio docente.

Se trata de una película francesa, a medias entre el documental “reality” y el drama de ambiente escolar. En cuanto a realismo, no se le puede pedir más: está interpretada no por actores profesionales, sino por profesores y estudiantes que en la mayoría de los casos encarnan se interpretan a ellos mismos, conservando incluso su propia identidad, como atestiguan los créditos finales.



Por otra parte, no hay ni rastro del optimismo buenista que suele edulcorar las películas de tema educativo: Los chavales, por muy víctimas que sean, no se esfuerzan ni por aprender, ni por convivir, ni por ser simpáticos. Los profesores son unos pobres diablos estresados que lidian como pueden con una tarea más bien ingrata, y, claro, a veces se pasan “un huevo”. La junta directiva está más preocupada por la máquina de café que por los problemas reales de alumnos y profesores. Los padres – agobiadísimos por sus propios apuros socioeconómicos – parecen mostrar un escaso interés por la educación académica de sus hijos y no se dan cuenta de lo que les sucede ni cuando ya es demasiado tarde. La escuela no atiende a las necesidades reales de los alumnos multirraciales, está desprovista de suficientes medios y más que lugar de educación es un depósito de adolescentes a la espera de no saben qué.

Troppo vero”, demasiado realista. No hay fórmulas mágicas de la Escuela de Hogwarths, ni terrones de azúcar de Mary Poppins, ni siquiera la transfiguración mediante la literatura que podían lograr los egregios profesores Sydney Poitiers (de Rebelión en las Aulas) o Robin Williams (de El club de los poetas muertos). No aparece en la película ni una sola navaja o pistola, pero el espectador abandona la sala muy impresionado, con graves reflexiones sobre lo que sucede en los institutos de nuestra sociedad europea. Porque, matiz arriba o abajo, el liceo parisino retratado no es muy diferente de los IES de Alcalá de Henares o de Alcalá de Guadaira.

Este es el mérito de La clase: colocar un espejo veraz en un aula y llegar al espectador con mayor intensidad de lo que lo pueden hacer los telerreportajes de Callejeros o España Directo. Se ha dicho de ella, negativamente, que es antipedagógica, que no ofrece soluciones. No seré yo quien lo niegue, pero es que la función del cine, de la literatura o del periodismo no es proponer soluciones, sino despertar inquietudes.

Para alcanzar este resultado, el director Laurent Cantet ha tenido que echar mano de una buena planificación, sacando todo el partido de la cámara en el claustrofóbico espacio del aula, y de unos diálogos muy medidos que condensan todos los agobios que viven alumnado y profesorado. Los muchachos están perfectos en sus interpretaciones: no siempre es fácil representarse a uno mismo y resultar espontáneo. Menos afortunado el profe prota, (François Begaudeau, profesor y autor de un libro que ha inspirado la película) que a veces resulta demasiado distante en su papel.



No hay aparentemente argumento o trama, salvo el resumen acelerado de lo que hacemos en los nueve meses de un curso que a todos se nos pasan volando. Los personajes no parecen cambiar y sobreviven en un permanente estado de aburrimiento o perplejidad. Y sin embargo no se hace larga. Real como la vida misma.

Es conmovedora la interpretación de la muchacha que al final de la cinta afirma llorosa no haber aprendido nada durante el curso, a diferencia de sus compañeros. Ojalá que a nadie le pase nunca más lo mismo que a esta víctima silenciosa.

martes, 13 de enero de 2009

El sistema de citas Harvard

Hoy estuvimos comentando en clase el sistema de citas Harvard, que es necesario emplear en nuestro próximo trabajo sobre La Celestina.

En todos los trabajos académicos de nivel de Bachillerato o Universidad se hace necesario incorporar citas tomadas de libros o fuentes escritas, que se emplean como apoyo o justificación de la investigación.

Pero al mismo tiempo es obligatorio diferenciar claramente entre lo que el estudiante redacta y las citas de otros autores, y también hay que identificar las páginas de donde se ha tomado la referencia, a efectos de su comprobación.

Anteriormente esto solía resolverse mediante notas a pie de página, que dificultaban mucho tanto la redacción como la lectura del trabajo. Como solución sencilla, práctica y rápida se emplea el sistema de citas Harvard, que toma su nombre de la universidad estadounidense donde se popularizó.

El sistema Harvard presenta las citas dentro del texto del trabajo, utilizando tres datos fundamentales: Apellido del autor, año de publicación y página.

Ejemplos de presentación de citas con el sistema Harvard:

1. Cita con palabras textuales tomadas directamente de la fuente.

En opinión de Dámaso Alonso (1962:519), Quevedo es “el más alto poeta de amor de la literatura española”.

2. Cita con parafraseo, en la que se resumen las ideas del texto original.

Jauralde (1999: 899-924) ha estudiado con detalle el desarrollo de la enemistad entre Quevedo y Góngora, que parece haberse iniciado por los celos del cordobés sobre el joven Francisco, quien imitaba los poemas gongorinos ridiculizándolos.


Por supuesto, es necesario incluir los títulos completos de los libros consultados en la BIBLIOGRAFÍA al final del trabajo.

El listado de referencias debe ordenarse alfabéticamente por el apellido del autor. Los títulos de los libros se destacan con letra cursiva o itálica.

El orden de los datos es el siguiente:
Apellido del autor, Inicial del nombre del autor, (año de publicación de la primera edición). Título del libro. Ciudad de publicación. Editorial.

Las fuentes de las dos citas anteriores son:

Alonso, D. (1962). Poesía española. Madrid, Gredos.

Jauralde Pou, P. (1999). Francisco de Quevedo. Madrid, Castalia.