martes, 13 de enero de 2015

Raymond Queneau versus la Literatura española: cuatro ejercicios de estilo

En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él.
 
Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: "Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo." Le indica dónde (en el escote) y por qué.


Raymond Queneau, Ejercicios de estilo

  
Jamás tan breve asunto dio para tanta literatura. Un día cualquiera, una anécdota insignificante en un ómnibus parisién de la línea S. Por desgracia para los habituales de los eventos culturales y recreativos al estilo Bloomsday, desconocemos el día, el mes y el año. No sabemos qué impulsó al francés Raymond Queneau para elegirlo como tema de un opúsculo titulado Dodecaedro (1942), que consistía en una docena de repeticiones del trivial suceso desde distintas perspectivas.

El esperable y oportuno rechazo del editor desencadenó una hiperactiva multiplicación del texto, detenida por Queneau al alcanzar su nonagésimo nona versión. Nace así Exercices de style (1947), monumento a la creatividad para unos, piedra de escándalo para otros.

Referir cien veces la misma historia al lector, ¿es un alarde de ingenio o una petulancia capaz de irritar al más paciente? Quienes somos padres de familia y hemos tenido que narrar, noche tras noche durante meses, el inevitable desahucio de Los tres cerditos, el paseo por el lado salvaje de Caperucita Roja o la frenética necesidad de aprobación de Cenicienta, sospechamos que a menudo el narrador se fatiga antes que los narratarios. De ahí la necesidad de cambiar el ritmo o el tono, el juego de retorcer la trama sin alterarla definitivamente hasta el punto en que los exigentísimos oyentes protesten: “¡Nooo! ¡Que así no es!”


En nuestro actual panorama literario y cultural, se echan de menos escritores que, como Queneau, arriesguen, experimenten y hasta improvisen en busca de otras visiones del relato, persiguiendo no ya el virtuosismo, sino la ruptura que supone una nueva expresividad. No estaría de más cultivar la excelencia literaria… si no fuera por la suficiencia de editores y lectores, que, abonados a los sólitos argumentos y tratamientos, claman una y otra vez: “¡Nooo! ¡Que así no es!”

Como profesional docente del ramo, me pregunto si la forma en que se enseña la Literatura española en las aulas ayuda a despertar la apreciación de una expresión variada, original, novedosa. Los estudiantes se dan por satisfechos con enterarse de cómo termina el argumento — al final, ¿el héroe se muere o se casa? — sin fijarse en la arquitectura de la obra, en la organización del discurso o en las connotaciones de la trama. Leer entre líneas es tan difícil de aprender que muchos solo perciben espacios en blanco. 


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